Hace casi dos décadas, la vida de Paula Carrizo dio un giro inesperado. En una granja permaculturista de Bolivia conoció a Jacob, un joven danés con el que formó una familia y que la llevó a Dinamarca, un país que jamás había imaginado habitar. Lo que comenzó como una aventura juvenil se transformó en una vida estable en Aarhus, la segunda ciudad más grande de Dinamarca, considerado uno de los países más felices del planeta.
La experiencia de Carrizo refleja las luces y sombras de un modelo social que, año tras año, lidera los rankings de felicidad mundial. Según el Reporte Mundial de la Felicidad (WHR), elaborado por la Universidad de Oxford, Gallup y la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de la ONU, Finlandia, Dinamarca, Islandia, Suecia y Noruega dominan el top 10 desde hace más de una década.
Pero, ¿qué significa realmente vivir en sociedades que encabezan los índices globales de bienestar?
Los pilares del “bienestar nórdico”
De acuerdo con la psicóloga noruega Marlene Sagen Bru, profesora de la Universidad de Oslo, el éxito de los países escandinavos se explica por una combinación de factores estructurales:
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Baja desigualdad de ingresos.
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Equilibrio entre vida laboral y personal.
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Educación y salud gratuitas y de calidad.
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Confianza institucional y baja corrupción.
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Contacto estrecho con la naturaleza.
Estos elementos generan un marco en el que, en teoría, cualquier ciudadano puede alcanzar una vida plena. Sin embargo, Sagen Bru advierte: “Aunque las condiciones para ser feliz están dadas, el aspecto social puede resultar desafiante”.
La Ley de Jante: humildad por encima del éxito
Uno de los rasgos más distintivos de la cultura nórdica es la Ley de Jante, un código no escrito que desalienta el individualismo y promueve la igualdad. Según esta norma cultural, no se debe presumir de los logros ni sobresalir demasiado frente a los demás.
En la práctica, esta mentalidad puede derivar en presión social. Si alguien decide apartarse del camino esperado —por ejemplo, emprender un negocio en lugar de optar por un empleo estable—, corre el riesgo de ser juzgado. “Se espera que seas feliz, y si no lo sos, solo podés culparte a vos mismo, porque tuviste todas las oportunidades”, resume la psicóloga.
El noruego Erik Olsen lo vivió en carne propia: cuando decidió dejar su empleo seguro para fundar una startup, solo recibió apoyo de su madre. “La sociedad valora más la estabilidad que la innovación”, relata.
El clima: entre la oscuridad y la euforia
Más allá de lo económico, el clima extremo marca profundamente la vida en el norte de Europa. La argentina Zina Marpegan, residente en Helsinki, describe el invierno finlandés como un verdadero reto: días con apenas unas horas de luz, temperaturas bajo cero y largos meses de encierro.
Pero con la llegada de la primavera, la situación se transforma. En Noruega existe incluso una palabra para describir este fenómeno: våryr, o “fiebre de primavera”. Tras meses de oscuridad, la población vive un estallido de energía: todos salen a la calle, hacen deporte, socializan y disfrutan del sol como un tesoro escaso.
Hygge: la búsqueda de lo acogedor
Si hay un concepto que sintetiza la forma en que los daneses entienden la felicidad, ese es el hygge. Más que “lo acogedor”, se trata de una filosofía de vida basada en disfrutar lo simple: un café caliente junto a la chimenea, una tarde de lectura bajo la luz tenue, una conversación íntima en casa.
La escritora Hellen Russell, autora de The Year of Living Danishly, asegura que hygge atraviesa a todas las clases sociales y se aplica tanto en lo público como en lo privado: “Es bueno para el alma, y por eso es parte del día a día de cualquier persona”.
Naturaleza, deporte y vínculos sociales
A diferencia de culturas como la argentina, donde los encuentros giran en torno a la comida, en los países nórdicos las relaciones sociales se fortalecen en torno al deporte y la vida al aire libre.
El dato lo confirma la investigación académica: cuatro de cada cinco adultos en Escandinavia pertenecen a asociaciones deportivas o recreativas. Caminatas por bosques, esquí, ciclismo, baños helados y saunas forman parte de la vida cotidiana.
“Son países conectados con la naturaleza en más del 70 % de su territorio. Esa realidad imprime un ritmo más tranquilo, más en contacto con uno mismo”, explica Carrizo.
Un Estado en el que la gente confía
Probablemente el aspecto más llamativo para quienes llegan desde otras latitudes es la confianza en el gobierno y las instituciones. En los países escandinavos, pagar impuestos no se percibe como una carga, sino como parte de un pacto social.
“El ciudadano confía en que el Estado usará bien ese dinero. El gobierno sirve para mí, no al revés”, asegura Olsen, con naturalidad. Esa transparencia se traduce en una burocracia más ágil, bajos niveles de corrupción y un clima de seguridad que potencia la cohesión social.
La felicidad en clave escandinava
La “felicidad” en el norte de Europa no siempre se expresa en sonrisas amplias ni en entusiasmo desbordante. Se trata más bien de un bienestar sereno, construido sobre previsibilidad, confianza y equilibrio.
“Tal vez la plenitud acá no es efusiva, sino calma. Está en tener garantizada la salud, la educación, la seguridad y un hogar cálido. No es tanto la alegría del momento, sino la tranquilidad de que mañana será igual de estable”, reflexiona Carrizo.
Olsen lo resume de manera simple: “Como noruego, siento que nací con la lotería ganada. Si hago las cosas bien, tendré una vida tranquila, con una casa calentita y sin demasiados desafíos”.
Una visión que abre la pregunta: ¿qué estamos dispuestos a resignar en nuestras propias culturas a cambio de esa calma que los escandinavos llaman felicidad?
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